Desear lo que tienen los demás no es envidia. La envidia genuina tiene que ver con que el otro no tenga lo que tiene, con que su éxito no sea real. Se centra en el otro.
La envidia rara vez se reconoce, es algo muy íntimo. Su confesión implica dar cuenta de nuestra inferioridad. Cuando alguien descubre nuestra envidia buscamos toda clase de excusas para justificarlo. “¿Envidioso yo? Para nada”.
[Cuando una persona dice: no es que le tenga envidia, hay inmensas posibilidades de que la verdad sea: es que le tengo envidia. Esto es válido para no es que me enoje, o no es que me quiera separar y tantos otros no es que.]
La tendencia a sentir envidia o rabia no es igual en todos los casos. Hay factores que tienen relación con la genética y nuestra historia personal. Hay cerebros más reactivos que otros. Una historia personal de frustraciones y fracasos puede contribuir a la misma.
La educación familiar y escolar pueden también fomentarla en la primitiva infancia.
La carencia de recursos no tiene una relación directa con esto. Muchas veces se observa incluso que las personas más envidiosas son las más ricas o poderosas, las que más tienen.
Desde la filosofía se ha abordado el origen de la envidia en el sentido de justicia. Este sentimiento se potencia cuando consideramos que el envidiado no se merece su éxito, que es una injusticia.
Para comprender este asunto necesitamos entender cómo funcionan las emociones. ¿Qué es una emoción?
Cuando percibimos un peligro, nos sentimos amenazados, u ofendidos y también cuando somos reconocidos o valorados o recibimos una buena noticia nos emocionamos.
En estos casos, de un modo reflejo se liberan hormonas. La emoción es una revolución fisiológica. Estas hormonas generan cambios corporales como por ejemplo el aumento de frecuencia cardíaca, o el mayor suministro de sangre a diferentes músculos.
El cerebro a la vez transforma cada reacción corporal en una experiencia consciente específica, o sea en sentimientos como el miedo, la tristeza, la alegría, la envidia, los celos , la vergüenza, la vanidad, y otros.
Emoción y sentimiento son entonces fenómenos diferentes pero ligados. Dos caras de una misma moneda.
La importancia de las emociones estriba en los comportamientos que pueden originar. Nuestros razonamientos se ven impregnados continuamente por nuestras emociones. Hay una permanente interacción entre la emoción y la razón.
Las emociones determinan nuestro comportamiento, pero están al servicio de nuestra razón. Esto significa que los argumentos racionales son capaces de modificar los sentimientos de las personas.
La emoción es al automóvil y la razón es el conductor. La emoción son los jugadores y la razón el director técnico, el estratega.
Ahora bien: ¿qué podemos hacer para aplacar nuestra envidia?
Una de las primeras estrategias que utilizamos es menospreciar los logros o éxitos del envidiado. O acusarlo de vende humo. Estos recursos con frecuencia no resultan muy efectivos.
Podemos esperar el fracaso del envidiado. Cuando esto sucede nos invade la alegría y es cuando la envidia brilla en todo su esplendor. Este es el momento de mayor hipocresía: nos mostramos preocupados cuando por dentro estamos súper contentos.
Todos hemos sentido envidia alguna vez. Es un sentimiento muy arraigado en la humanidad. La clave no está en evitarla, sería casi imposible. Podemos sí elegir lo que hacer con ella, cómo reaccionar. Elegir evitar hablar mal del envidiado, ofenderlo, o negarle cosas.
Un recurso es razonar sobre el envidiado y sus éxitos. ¿Cuál es el origen de sus logros? ¿Cómo ha conseguido lo que tiene? Tal vez observar su esfuerzo y dedicación. O vislumbrar que su intención no fue fastidiar, ni causar envidia. Que sus éxitos en verdad no nos perjudican.
Para combatir nuestra envidia es interesante ser capaces de felicitar y elogiar a nuestro rival por sus éxitos. Constituye un acto noble, aún cuando revista cierta dosis de falsedad. Este movimiento mitiga la culpa y ayuda a recuperar la autoestima.
Los planteos anteriores están basado en el libro Emociones corrosivas de Ignacio Morgado El problema de fondo según el autor es vivir mucho más preocupados de lo que hacen o tienen los demás que de lo que hacemos o tenemos nosotros. Mejor es competir con nosotros mismos.
Algunos autores como Jung centran esta problemática en aceptar nuestra sombra, nuestro lado oscuro. No integrar nuestra sombra nos lleva a estar escindidos, en guerra con nosotros mismos. Somos como extraños dentro de nosotros mismos.
El proceso pasa por empezar a observar nuestros “pecados”, nuestras imperfecciones con mirada benevolente.
Alfred Adler tiene una postura interesante también sobre el particular. La envidia tendría un terreno fértil en una atmósfera familiar infantil donde predomine la competitividad y sea frecuente la rivalidad entre hermanos.
Para los padres y educadores, en cuanto trabajo de prevención, será crucial trabajar las conductas de solidaridad y cooperación desde el comienzo de la vida. Lo que este psicoterapeuta denominó sentimiento de comunidad.
Hace muchos años en una sesión le confesé a mi terapeuta que estaba envidiando a alguien a quien se suponía que quería. Y eso me molestaba muchísimo. “La envidia es como tomarse el veneno y esperar que se muera el otro” apuntó.
Entiendo que todos los puntos que se han desarrollado aquí son importantes: integrar la propia sombra y aceptarse, desarrollar la solidaridad, observar el sentimiento y rebelarse a la vez contra el mismo dándole reconocimiento a nuestro envidiado.
Asimismo creo que hay una dimensión de fondo a atender para desenredar el asunto.
Preguntarnos qué es lo que en verdad envidiamos; darle sentido a esto en el marco de nuestra historia; interrogarnos acerca de nuestra existencia. ¿Para qué estamos aquí? ¿qué es lo importante en la vida? ¿qué es lo que queremos dejar, y qué nos llevamos?
Preguntitas triviales.
– Morgado, Ignacio (2017) Emociones corrosivas. Editorial Planeta. Barcelona.