Los ataques de pánico, también llamadas crisis de angustia o crisis de ansiedad, son acontecimientos de extrema ansiedad y miedo intenso que se traducen en una serie de manifestaciones a nivel físico, cognitivo y emocional.

Su aparición es inesperada. Se inicia de forma abrupta y alcanza su máxima expresión en los primeros 10 minutos.

Las crisis suelen ser episodios breves de aproximadamente 15 minutos de duración, aunque en algunas ocasiones pueden llegar a los 30 minutos.
Estos sucesos suelen iniciarse en la adolescencia o en los primeros años de juventud, pero pueden ocurrir a cualquier edad y hacerse crónicos en la adultez.

Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, DSM IV, los ataques de pánico pertenecen a los trastornos de ansiedad, junto con las fobias, el trastorno de estrés postraumático, los trastornos obsesivo-compulsivo, entre otros.

En el momento del ataque de pánico

Quienes padecen esta experiencia, experimentan algunos de los siguientes síntomas: palpitaciones, sudoración, taquicardia, temblores, sensación de ahogo, opresión en el pecho, nauseas y mareos.

En casos muy extremos pueden llegar a sentir la sensación de estar separado de uno mismo, como si no fuese quien es (fenómeno que se conoce como despersonalización) y la sensación de irrealidad donde lo confuso y extraño es el entorno.

La intensidad de estos síntomas despiertan miedos básicos que atentan hacia la integridad de la persona, tales como el miedo a morir, miedo a tener un ataque al corazón, a volverse loco, a perder el control.

En la mayoría de los casos, la persona primero consulta con diferentes especialistas médicos buscando la causa orgánica de sus síntomas, cuando aquellos le aseguran que no tiene “nada orgánico” es que emprenden el camino de la consulta psicológica.

Quienes experimentan estas crisis suelen decir que surgen de la nada, sin encontrar relación con su vida cotidiana. Pero es una realidad que previo a la primera crisis la persona ha estado expuesta a factores estresantes durante algún tiempo. No existe una causa única sino que se trata de un cúmulo de situaciones que en determinado momento hacen eclosión en el individuo.

Estos factores, no son necesariamente negativos, son acontecimientos críticos, experiencias excesivas que desbordan los recursos internos del sujeto. Entre ellos podemos encontrar un casamiento, el nacimiento de un hijo, el pasaje a la vida adulta, una mudanza, una separación, entre otros.

En los ataques de pánico la persona percibe que aquello que lo afecta es excesivo, sin poder organizarse internamente. Si bien sus percepciones son reales, la interpretación que hace de ellas es desproporcionada, generando un disociación entre el nivel corporal y psicológico.

Tal es así que cualquier exigencia o estímulo que nos produzca un estado de tensión y que pida un cambio adaptativo por nuestra parte, se puede considerar estresante. A nivel del organismo, se activan sistemas que ponen al individuo en disposición de afrontar (huir, luchar) las situaciones interpretadas como amenazas.

Cabe aclarar que no todos nos estresamos ante los mismos estímulos y no todos reaccionamos de la misma manera.
En caso de que las respuestas de lucha o huida sean exitosas, el cuerpo vuelve a su equilibrio inicial reduciendo, de esta manera, el monto de ansiedad generado. Pero en las crisis de pánico esa autoregulación no funciona.

El hecho de que la persona desconozca el evento desencadenante, y que también sea impredecible e incontrolable, contribuye a que el cuadro se agrave aún más.

Esto ocasiona lo que se conoce como ansiedad anticipatoria. Es decir, el miedo a nuevos ataques. Los síntomas se vuelven atemorizantes convirtiéndose en si mismos en fuente de ansiedad.

Frente a esta realidad, para intentar controlar la situación y lograr que la experiencia sea menos perturbadora la persona comienza a desarrollar hábitos que siente que puedan ayudar. De esta forma, evita situaciones que podrían causar el “ataque”, se prohíbe actos que considera que podrían desencadenarlo, por ejemplo a concurrir a lugares masivos, al cine, a tomar trasporte público, a conocer gente.

Estas conductas limitan la vida de quien lo padece y genera las condiciones para el desarrollo de otros trastornos asociados, tales como la agorafobia (miedo a salir) o la depresión. Los efectos secundarios sociales de las crisis de pánico pueden llegar a ser tan destructivos como el propio episodio.

Tratamiento para el ataque de pánico

Dentro de nuestra práctica clínica abordamos el Pánico desde distintas líneas de trabajo, con la ayuda de diferentes técnicas. Hay formas de tratarlo e incluso de evitar los ataques de pánico.

Por un lado intentamos fortalecer los soportes internos de la persona desde lo cognitivo, a través de la psico educación. Por este medio, se brinda información acerca de los mecanismos que se desencadenan y mantienen las crisis. Permitiendo la reinterpretación de los síntomas y que tomen otros significados a los efectos de disminuir la ansiedad.

Los vínculos afectivos son también de extrema importancia, son el soporte externo del sujeto. En aquellos casos que amerite, se trabaja con la familia, ayudándolos a reconocer como determinadas conductas y acciones pueden aumentar o reducir el monto de ansiedad del paciente.

En cuanto a las técnicas, una de las que más utilizamos lleva por nombre EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing).

Está técnica fue creada por la psicóloga norteamericana Francine Shapiro en 1987, al observar casualmente que los movimientos oculares reducían la intensidad de los pensamientos negativos. Luego el método se desarrolló e integró la estimulación bilateral tanto visual como auditiva y kinestésica. De esta manera se reprocesan recuerdos traumáticos, se trabaja en la modificación de creencias y se desensibilizan emociones perturbadoras.

En 1989 Shapiro realizó una investigación con individuos traumatizados en la guerra de Vietnam y víctimas de abuso sexual para evaluar la eficacia de su técnica. El EMDR redujo significativamente los síntomas del Trastorno por Estrés Post Traumático de estas personas.

Actualmente el EMDR es la técnica más efectiva en el tratamiento del Trauma, las Fobias, y el Pánico, y se caracteriza por la su eficiencia en el corto plazo. El tratamiento puede ser desde 4 sesiones para un caso simple hasta más de un año para problemas de mayor complejidad. El número de sesiones va a depender en definitiva del tipo de trauma, del trabajo y el compromiso de la persona.

Desde la psicoterapia corporal se observa que el pánico resulta de un acorazamiento profundo del anillo visual que genera modificaciones del sistema nervioso.

Es común encontrar a la vez problemas de enraizamiento y debilidad en las piernas.

A nivel respiratorio son frecuentes las dificultades en la expiración.

De esta manera se trabaja integrando ejercicios biofísicos reichiano, trabajo de grounding, y la relajación muscular progresiva, generando una actitud de observación de las sensaciones corporales que induce al paciente a manejar y tolerar las excitaciones, recuperando de esta manera, la confianza en su propio cuerpo.

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