Antes o después, todos nos chocamos con el duelo. A veces se trata de la muerte de alguien querido, otras de una separación, la pérdida de un proyecto o simplemente el cierre de una etapa de la vida.
No importa la forma: el duelo duele. Y a la vez, si lo transitamos, nos transforma.

Hace más de cien años, Sigmund Freud lo llamó “trabajo psíquico”: una tarea que nadie elige pero que nos toca hacer, la de aceptar que lo amado ya no está y rearmar nuestra vida en torno a ese vacío.

Después vinieron otros psicoanalistas a sumar matices:

Melanie Klein mostró cómo el duelo remueve miedos antiguos, casi infantiles, y nos enfrenta al temor de quedarnos solos y vacíos.

Donald Winnicott recordó algo fundamental: para atravesar un duelo necesitamos haber aprendido a estar solos… pero acompañados por dentro, con las huellas de quienes alguna vez nos sostuvieron.

¿Existen etapas en el duelo?

El modelo más famoso es el de Elisabeth Kübler-Ross, con sus cinco estaciones: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.

Pero ojo: el duelo no se mueve en línea recta. No es un checklist que vamos tachando. Es más bien como un mar agitado: hay olas que van y vienen, momentos de calma engañosa y marejadas que nos arrastran otra vez.

Hablar de etapas sirve como brújula, no como un manual de instrucciones.

Primera etapa: impacto y negación

La primera reacción suele ser el desconcierto: “No puede ser”. La negación no es un capricho, es un paraguas provisorio que nos resguarda del aguacero.

Freud lo describía como una pelea interna: una parte sabe lo que pasó, otra se rehúsa a aceptarlo. Mientras tanto, seguimos en piloto automático: organizamos trámites, hacemos café, atendemos a la familia. Pero por dentro seguimos anestesiados.

Segunda etapa: la ira

Cuando la verdad se impone, puede irrumpir la rabia. Contra los médicos, contra Dios, contra la familia, incluso contra quien partió.

Melanie Klein hablaba de la ambivalencia: amar y odiar al mismo tiempo. Esa contradicción, tan humana, aparece con fuerza en el duelo. Darle un lugar a la ira, en vez de taparla, ayuda a que no se convierta en veneno.

Tercera etapa: negociación y culpa

Aparecen frases como: “Si hubiera hecho tal cosa, quizá seguiría acá”. Es la mente tratando de regatear con lo imposible.

Y junto a eso llega la culpa, muchas veces teñida de fantasías inconscientes. En terapia, poder hablar de esos pensamientos —y distinguir fantasía de realidad— alivia mucho. No se trata de negar las sombras, sino de perdonarnos por ellas.

Cuarta etapa: tristeza profunda

La tristeza es quizás lo más duro: el mundo se vuelve gris, nada parece tener sentido.

Freud diferenciaba este dolor del duelo de la depresión patológica: aunque insoportable, es un dolor vital, que habla de que seguimos en contacto con la pérdida.
Para Winnicott, elaborar un duelo implica poder estar solos, sintiendo a la vez que la persona perdida sigue viva en nuestra memoria y en nuestro mundo interno.

Quinta etapa: aceptación

Aceptar no es olvidar ni “pasar página” como si nada. Es poder recordar sin quedar desbordados, hablar con ternura del ausente y volver a interesarse por la vida.

Como decía John Bowlby, el vínculo no desaparece: se transforma. La persona pasa a ser parte de nuestro mundo interno, acompañando de otro modo.

¿Se supera el duelo del todo?

No del todo. Siempre queda un resto. Un olor, una canción, una fecha pueden hacer que la herida se abra un poco de nuevo.

El filósofo Jacques Derrida decía que hay algo en cada pérdida que nunca se elabora del todo. Y tal vez está bien que así sea: significa que seguimos amando, aunque de otra manera.

La psicoterapia y el duelo

La psicoterapia no busca empujar ni acelerar a nadie para que llegue rápido a la aceptación. Lo que ofrece es un espacio seguro para llorar, enojarse, hablar, callar, y no sentirse juzgado por eso.

Conclusión

El duelo no se mide en etapas cumplidas ni en un cronómetro. Es un viaje único, íntimo y profundamente humano.

Saber que existen momentos de negación, ira, negociación, tristeza y aceptación puede servir de alivio: lo que sentimos no es un desvío, es parte de ser humanos.