Me siento sola, me siento solo, ¿Por qué nos sentimos así?
Las impresiones recibidas en la infancia, los traumas infantiles, incluso las experiencias que hemos tenido antes de aprender a hablar tienen que ver con este asunto.
Si padecimos en la infancia maltratos físico o psíquicos, es posible que hayamos desarrollado un miedo oculto hacia las otras personas. «cuando esto sucede, de forma inconsciente, o incluso conscientemente, uno hace un pacto consigo mismo y se promete que hará todo lo posible para no volver a encontrarse nunca en una situación de indefensión semejante«.
Cuando de niños tenemos la sensación de vivir en un mundo inseguro, llegamos a la conclusión de que dependemos sólo de nosotros mismos. Olvidamos la necesidad de confiar en otras personas o buscar ayuda. Construimos una barrera protectora emocional en torno a nosotros.
Si actualmente tenemos problemas para confiar en otras personas, es posible que en la infancia hayamos tenido que responder a unas exigencias exageradas. Tal vez hacer cosas que sencillamente no se ajustaban a nuestra edad.
Tal vez hayamos sido objeto de malos tratos y humillaciones continuas. Constituye un caso de malos tratos el menospreciar con frecuencia a un niño por su aspecto, su inteligencia, su competencia y su valor como ser humano.
Otras de las expresiones que aparecen de manera frecuente cuando existe un arraigado sentimiento de soledad es: «mis padres nunca tenían tiempo para mí«.
Hay que tener en cuenta que no existen las banalidades emocionales. Mucha gente creee imposible que las razones se encuentren en la infancia «fue una época fabulosa«. A veces las personas cuentan como una gracia una situación de violencia o de humillación.
Por otra parte no nos queremos enfrentar con el hecho de que en el pasado nos desatendieran, nos exigieran demasiado o no nos quisieran como merecíamos.
A veces algunas personas hablan de su infancia y juventud con voz indiferente e insisten en que eso es cosa pasada. «No se puede echar siempre la culpa a los demás. Ahora soy responsable de mí mismo«.
Pero el dolor sigue actuando en segundo plano y puede condicionarnos mucho más de lo que creemos.
Haríamos cualquier cosa para evitar que en el futuro se repitan esas experiencias de inseguridad, de pérdida, de desprecio. No dejamos que nadie se acerque demasiado a nosotros porque podría ocurrir que en algún momento nos hicieran daños o se aprovecharan de nosotros.
Para evitar esto construimos una protección
La protección es sutil, no se ve enseguida. Si fuera así muchas personas solitarias se manifestarían en contra de establecer cualquier relación.
La sutileza ocurre por ejemplo cuando siempre nos enamoramos de un hombre o una mujer que ya está comprometida, o que viven a muchos kilómetros de distancia.
O cuando tenemos un círculo amplísimo de conocidos pero ningún amigo auténtico, ninguna amiga íntima.
O cuando no queremos tener ningún hijo porque es una responsabilidad excesiva para nosotros.
Las experiencias negativas de nuestra infancia a menudo conducen a una oculta sensación de soledad a pesar de la pareja, de la familia, de la amabilidad de los colegas o del éxito profesional o privado.
En lo más hondo persiste el sentimiento de no ser como se debería o de no ser importante. Bajo la fachada, se encuentra el niño o niña que siente miedo.
Y así se sigue hasta que nos enfrentamos en nuestro interior con nuestra infancia abandonada e insegura. El primer paso para conseguirlo es reconocer la relación entre el ayer y el presente. Solo si consiguimos sacar los miedo a la luz se podrá neutralizar su poder.
Ahora bien, la soledad no es una consecuencia ineludible.
Una infancia problemática no tiene por qué ser necesariamente la causa. Nuestra psique es más compleja que «si ocurre x entonces va suceder esto otro«.
Y también es verdad que no podemos recordar todo lo que nos afectó en esa época. Tal vez haya existido, a pesar de los problemas, una persona cariñosa que nos ayudó a solventar muchas dificultades. Por ejemplo, un maestro, o una amiga, o una abuela.
O quizás compensamos la situación refugiándonos en nuestra fantasía, con los libros o con el éxito en la escuela.
También se puede empezar a dar los paso prácticos para salir de la soledad sin mirar hacia atrás. Pero en este se debe tener la seguridad de que la actual soledad no puede atribuirse a razones de peso profundamente enraizadas en el pasado.
Porque si así fuera, todos sus esfuerzos posteriores sólo servirían para tratar los síntomas.
Somos nosotros quienes debemos decidir si queremos aventurarnos o no en nuestro pasado.
Cuando ahuyentamos a la gente
Por lo general, sin pensar que somos perfectos, tenemos una tendencia a vernos de manera positiva. Esto es algo perfectamente natural. Pero también encierra un riesgo.
Nos negamos a ver verdades desagradables que nos afectan porque no se adaptan a la imagen que tenemos de nosotros mismos. En caso de duda, las trasladamos sin vacilar a los otros.
Si alguien se siente herido por una observación mordaz que hemos hecho, es que no entiende nuestro especial sentido del humor, y si alguien nos reprocha que sólo pensamos en nuestra carrera, sencillamente siente envidia por nuestro éxito.
Muchas veces no somos conscientes de los rasgos desagradables de nuestra personalidad.
Existen rasgos que cuando son muy marcados, hacen que los otros nos rehúyan. A continuación una lista de las características que tienen un efecto particularmente negativo:
una persona resentida; insolente; pesimista; impertinente; tacaña; irónica; codiciosa; embustera; acaparadora; envidiosa; lunática; aburrida; fanfarrona; egocéntrica; fría; sarcástica.
Es nuestra responsabilidad poder encontrar si algunas de estas característica nos describen.
Para esto podemos buscar feedback sobre nosotros, a través de interlocutores adecuados. Es aquí que un proceso de psicoterapia puede ser de mucha utilidad, dando también devoluciones que tienen que ver con lo que ocurre en el aquí y ahora de la sesión.
Un par de consideraciones antes de pasar a la práctica
La necesidad asusta
En muchos casos nuestra soledad hace que nos comportemos como personas desesperadas. Y a nadie le gusta que lo atosiguen. Por otra parte tendemos a valorar más aquello por lo que tenemos que esforzarnos. Nos gusta tener que conquistar un poco al otro y nos molesta que nos persigan.
Mantenga la calma a pesar de todo.
Aprender a habitarla
En lugar de enmascararla con actividades o conversaciones frenéticas es necesario mirarla a la cara.
En el taoísmo existe una regla importante «primero debes dejar que se expanda aquello que quieres aniquilar«
Aquello que reprimimos nos domina. La ira reprimida sigue en ebullición, el odio negado envenena el corazón.
Esto es válido también para la soledad.
Bibliografía
Basado en Wlodarek, Eva (2000). ¿Por qué estoy solo?, 1era edición. Barcelona. Mondadori.