La disonancia cognitiva es ese malestar incómodo que sentimos cuando nuestras creencias, valores o actitudes no encajan con lo que hacemos o con nueva información que viene a desafiar lo que dábamos por sentado.
No es una simple contradicción; es una especie de tironeo interno que nos impulsa a buscar alguna manera de resolver el conflicto, ya sea cambiando lo que pensamos, ajustando lo que hacemos o convenciéndonos de que, en el fondo, no es tan contradictorio como parece.
Este concepto lo planteó Leon Festinger en 1957, pero no quedó ahí. Su teoría intentó responder a preguntas bastante humanas: ¿por qué nos empeñamos en decisiones que desde afuera parecen irracionales? ¿Cómo hacemos para justificar comportamientos que contradicen lo que decimos creer? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que estábamos equivocados?
Aunque Festinger lo planteó en términos de conflicto racional, en realidad muchas de estas contradicciones son el eco de conflictos internos mucho más profundos.
La raíz emocional del conflicto
La idea de que todo es un simple choque entre pensamientos suena un poco simplista. A decir verdad, detrás de muchas de nuestras contradicciones hay emociones enquistadas, deseos reprimidos y temores que preferimos ignorar.
Desde lo psicodinámico, la disonancia no es solo un conflicto lógico, sino una manifestación de tensiones internas que arrastramos desde hace mucho tiempo. Así que, en lugar de preguntarnos solo cómo resolverla, vamos a preguntarnos qué hay detrás de esa incomodidad.
El origen de la teoría de Festinger: Una necesidad de coherencia
Leon Festinger observó que, cuando nuestras ideas y nuestras acciones no coinciden, el cerebro entra en modo crisis. Necesitamos mantener cierta coherencia interna porque, de lo contrario, sentimos que algo en nosotros se está desarmando.
Para lidiar con esto, solemos hacer malabares mentales para reducir esa tensión:
Cambiamos el comportamiento para que cuadre con lo que pensamos.
Modificamos nuestras creencias para que justifiquen lo que hacemos.
O, si nada de eso funciona, encontramos alguna justificación que haga menos dolorosa la contradicción.
El experimento de Festinger y Carlsmith: ¿Por qué un dólar cambia todo?
El experimento más famoso de Festinger y Carlsmith en 1959 dejó una huella clara. Los participantes realizaron una tarea aburrida (como girar clavijas de madera durante una hora) y luego se les pidió que mintieran a otra persona diciendo que la actividad había sido interesante y divertida.
Se dividieron en dos grupos:
- A uno le pagaron $1 por mentir.
- Al otro le pagaron $20 por mentir.
El resultado fue sorprendente: quienes recibieron solo $1 evaluaron la tarea como más interesante que aquellos que recibieron $20. ¿Por qué?
Los que recibieron $20 podían justificarse fácilmente: «Lo hice por dinero». Pero los que solo recibieron $1 no tenían una justificación externa suficiente, así que acomodaron su percepción: «En realidad, no fue tan aburrido».
«Si hice algo que no me gusta por tan poca recompensa, debe ser que en el fondo no era tan malo». Esta reinterpretación reduce el malestar y restablece la coherencia interna.
Freud y el conflicto psíquico
Más allá de la teoría cognitiva, el impulso de hacer algo que nos hace daño puede estar enraizado en necesidades emocionales o en luchas internas entre el deseo y la prohibición.
Freud ya lo había anticipado con su modelo estructural: el ello busca el placer inmediato, el superyó impone normas rígidas, y el yo queda en el medio, tratando de mantener el equilibrio. Cuando el ello y el superyó chocan, aparece el conflicto, y lo resolvemos a través de mecanismos de defensa.
Aquí es donde entran en juego los mecanismos de defensa descritos por Anna Freud:
- Racionalización: «Fumar me relaja, así que está bien.»
- Negación: «El cigarrillo no es tan malo como dicen.»
- Proyección: «Si fumo es porque mi pareja me estresa.»
Estos recursos psicológicos son intentos de mantener la coherencia interna cuando la contradicción se hace evidente. No se trata solo de justificar un comportamiento, sino de proteger una parte vulnerable de la identidad que se siente amenazada.
En consulta, no es raro que alguien diga:
- «Sé que esta relación me está destruyendo, pero no puedo dejarla.»
- «Me digo que voy a cambiar, pero sigo haciendo lo mismo.»
Estas contradicciones hablan de la manera en que nos relacionamos con nosotros mismos, de heridas que siguen ahí aunque intentemos adornarlas con argumentos lógicos.
Resolver la disonancia, entonces, no es solo encontrar una excusa convincente. Es entender por qué nos resistimos a cambiar, por qué nos quedamos atrapados en decisiones que nos dañan.
Entonces:
La disonancia cognitiva, tal como la planteó Festinger, explica por qué hacemos artilugios mentales para que nuestras acciones encajen con nuestras creencias.
Si miramos más allá, descubrimos que algunas contradicciones son expresiones de conflictos internos, heridas no cerradas o círculos que repetimos casi sin darnos cuenta.
Ahí es cuando nos toca atrevernos a explorar esa tensión interna. Un viaje mucho más rico e interesante que el de simplemente eliminar el malestar.