La pregunta que se trae el día de hoy supone que busquemos (y tengamos suerte de encontrar) una especie de manual de instrucciones para lidiar con aquello que denominamos estrés.

Es interesante y a la vez difícil, nos sitúa el desafío de articular e integrar cuerpo, mente y sociedad. En primer lugar observemos que la palabra estrés se utiliza con significados múltiples:

“En ocasiones se la aplica para definir aquello que Hans Selye denomina distrés o mal estrés, que consiste en la ocurrencia de una situación traumática como puede ser un drama amoroso. Otros profesionales de la salud hablan de estrés cuando se evidencia una respuesta biológica a determinados psicotraumas manifestada en los sistemas nervioso, endocrino o inmunitario, que suele expresarse en taquicardia, sudoración, secreción de noradrenalina y cortisol, como así también la disminución de los anticuerpos y de la actividad de leucocitos. El término estrés también denomina la respuesta psíquica que se manifiesta por pensamientos, emociones y acciones ante la situación de amenaza, y que se expresa a través de comportamientos como estados de perplejidad, de ansiedad, de humor o de agresión” (Orlandini, 2012, p.12).

Vamos a enmarcar este asunto dentro de la sociedad en la que vivimos. Ya en 1929, en su texto Malestar en la Cultura, Sigmund Freud exponía la siguiente idea:

Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado a la rutina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos” (p. 76).

Lo mencionado por el autor fue escrito en un contexto de época victoriana, donde el estrés (y el síntoma) eran una consecuencia de una voraz instauración de Tabúes sobre el comportamiento humano, particularmente, sobre sobre la expresión y el vivir sexual (Freud, 1929). En ese mismo texto, Freud (1929) nos hacía notar que la cultura misma, creada con el fin de acarrearnos al progreso y guiarnos por el camino del buen vivir, es una fuente de sufrimiento y dolor; esto se debe a que la cultura nos restringe, nos obliga a renunciar a la pulsión y sacrificarla.

Esta idea de la cultura misma como estresor, es algo vigente hoy en día. En el S.XXI  ya no es el tabú y la restricción el problema, sino más bien, el vivir en torno a una vorágine ansiógena centrada en un mandato que nos impone el “hazlo todo, total, Nada es Imposible”; mandato superyoico que sitúa al sujeto en un perpetuo no saber qué hacer, ya que el capitalismo y los avances de la ciencia nos regalan un sinnúmero de posibilidades que nos apresan en una incapacidad de decisión frente a la infinitud (Stiglitz, 2015). Esta idea del hazlo todo, produce, no te detengas, es tratado profundamente por el filósofo Byung-Chun Han en uno de sus textos titulado La Sociedad del Cansancio (2010).

Volviendo a lo que nos compete: ¿Cómo desestresarse emocionalmente?

Partamos por algo simple: hace más de un siglo una paciente de Breur llamada  Anna O, acuño un término con el que definía lo que significaba para ella el tratamiento analítico; The Talking Cure (1893). Esto es, el efecto de hablar sobre aquello que me pasa tiene como consecuencia un alivio del dolor, de la tensión y el sufrimiento que produce un determinado estresor. Este efecto, que Freud y Breuer denominaron abreacción como una especie de catarsis/descarga emocional a través del habla (1893), nos arroja un poco de luz al problema que nos planteamos. Si encontramos a la persona correcta, idónea, con quien podamos hablar de nuestro pesar, nuestro estrés se puede ver aliviado.

Sigamos con esto de desestresarnos emocionalmente. 

Algo que ha de ser común tanto a la sociedad de 1929 como a la de nuestro tiempo, es que uno de los conflictos centrales de nuestro psiquismo es la lucha entre principio de placer y principio de realidad (Snowden, 2017). Para que quede clara esta idea: el principio del placer empuja a las personas hacia la satisfacción inmediata de sus deseos, sin embargo, cuando una persona madura y tiene que desenvolverse en un entorno social, entra en juego la fuerza opuesta, el principio de realidad, que implica un pensamiento consciente y lógico, permitiéndonos retrasar la gratificación para seguir adelante con la vida cotidiana (Snowden, 2017).

Exploremos esta idea: existe una inevitable insatisfacción que es propia de la naturaleza humana, siempre habrá de acompañarnos. Siempre habrá un diferencial entre principio de placer y principio de realidad, esto es, el querer hacer algo, pero no poder hacerlo. En este proceso de entablar armonía con aquella insatisfacción, podemos darnos el espacio para pensar en maneras creativas de cumplir con los deberes y exigencias del principio de realidad a la vez que aceptamos la posibilidad de regalarnos los derechos del principio de placer que nos comanda.

Podemos, entonces, hacer el ejercicio de encontrar un equilibrio entre ambos principios. Si nos inclinamos solo al principio del placer, caemos en las demandas del Ello que nos puede inducir a una existencia caótica, y si estamos regidos solo por el  principio de realidad, nos volvemos presos de los castigos y sanciones de un sádico Superyó (Freud, 1923).

Por último y yendo ahora al terreno de lo cotidiano: cuando decimos que algo es estresante ¿a qué lo asociamos?Comúnmente con eso que nos hace sufrir de una manera particular a cada uno. De hecho, podríamos arriesgarnos a suponer que la palabra estrés, en nuestras conversaciones diarias, es con frecuencia utilizada para señalar tanto la fuente del malestar y dolencia, como el malestar y la dolencia misma. La usamos para referirnos a aquello de lo cual ya no queremos más, porque hemos tenido suficiente y no en el buen sentido. Así podemos escuchar: “el trabajo me tiene estresada”, “mi pareja me estresa”, “me duele todo, estoy estresado”. Son tantas las posibilidades de estresarse como historias de vida, por lo cual podemos dar cuenta que eso que estamos denominando estrés tiene un componente singular, propio para cada persona.

Para explicarnos mejor: cuando logramos verbalizar lo que nos estresa, podemos dar cuenta de que, si bien eso puede ser compartido por más personas, se puede encontrar en el estrés una característica propia de cómo eso nos afecta. De este modo es necesario pensar en herramientas propias para lidiar con ello.

Vamos a profundizar en lo anterior tomando la idea de la angustia, en el supuesto de que en lo estresante existen ciertas cuotas de angustia. Para el psicoanálisis la angustia es un estado afectivo, propio del Yo, que actúa como señal de algo (Laplanche, 1971); es decir, cuando adviene la angustia, es una alerta de que en eso angustiante hay algo más. Por ejemplo, entonces, cuando armamos la oración “el trabajo me tiene estresado (y me angustia)”, tal vez esa situación nos reconduzca a estados, situaciones y recuerdos del pasado en los que nos hemos encontrado en esa posición vulnerable, momentos que han quedado en el inconsciente. Quizás estemos reeditando un patrón relacional que nos causa dolor y no advertimos que caemos en ello repetidamente, y si es que lo hacemos, no sabemos cómo salir de ahí. El estresor es susceptible de ser introducido en una cadena asociativa a sucesos de nuestra vida, y no solo a sucesos, sino también a la manera con la que hemos lidiado en dichas situaciones.

Para finalizar, lo estresante puede ser utilizado como un vehículo y oportunidad para adentrarnos en nuestra subjetividad, para que cuestionemos nuestros modos previos sobre cómo le hemos hecho frente al estrés y que ha significado en nuestra vida. En este sentido un proceso psicoterapéutico está hecho a medida, adecuado y adaptado a tú historia y huellas mnémicas (Greisser, 2012).

Referencias 

Greisser, I. (2012). El psicoanalista en la época de la regulación. Psicoanálisis sin diván, pp. 43-55.

Freud, S. (1893). Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos: comunicación preliminar (Vol. II, pp. 47-70). Amorrortu.

Freud, S. (1923). El Yo y el Ello (Vol. XIX, pp. 1-40). Amorrortu.

Orlandini, A. (2012). El estrés: qué es y cómo evitarlo. Fondo de cultura económica.

Stiglitz, G. (2015). Posición del analista y la singularidad en la época del Para Todos. En Agalma 1. ALP.

Snowden, R. (2017). Freud: The Key Ideas. An introduction to Freud´s pioneering work on psychoanalysis, dreams, and the unconscious. John Murray Learning.

Laplanche, J. P. (1971). JB “Diccionario de Psicoanálisis”. Editorial Labor. Barcelona.