¿Como afectan las redes sociales a los adolescentes? Vivimos mirando hacia afuera. Con el pulgar y el índice en una coreografía infinita, pasamos horas observando vidas ajenas. Historias, reels, logros, cuerpos. No hay descanso.

Las redes sociales no son neutras. Configuran el psiquismo, moldean la autoestima, alteran el vínculo con el cuerpo y colonizan el deseo. No es exagerado decir que producen subjetividad.

¿Qué tipo de subjetividad?

Una atrapada entre la comparación constante, la necesidad de ser visto y la angustia silenciosa de no saber quién se es cuando nadie está mirando.
Un yo atrapado en la mirada del otro.

Para entender cómo las redes impactan en la salud mental, conviene partir de una idea central del pensamiento psicoanalítico:

El yo se constituye en la mirada del otro.

Ya Lacan lo anticipó con su estadio del espejo: el yo se forma al reconocerse en una imagen, en un reflejo externo que organiza lo que antes era pura dispersión sensorial.

El problema es que, en la era de las redes, ese espejo ya no es una fase del desarrollo, sino un dispositivo que se reactiva todos los días.

Se genera una especie de doble: el que vive y el que observa cómo lo que vive será percibido por los demás.

Esto no solo genera ansiedad; fragiliza la identidad, que se sostiene cada vez más en lo que se muestra, en lugar de en lo que se vive.

La angustia como síntoma cultural

No se trata de que las redes causen angustia. La angustia, desde una perspectiva psicodinámica, es estructural: acompaña al sujeto desde el origen.

Pero las redes organizan formas particulares de esa angustia.

La cultura actual empuja hacia una exigencia permanente de exposición, de éxito visible, de felicidad performativa.

Como señala Christopher Bollas, en su concepto de self normativo, la sociedad tiende a modelar individuos adaptados, predecibles, “vendibles”.

Las redes sociales funcionan como agentes de esa normatividad.

El resultado clínico es reconocible:

El yo ideal y el ideal del yo: batalla en el feed

Freud distinguió entre:

Las redes reactivan este conflicto todo el tiempo.

El feed está lleno de yo es ideales: viajes, cuerpos trabajados, vínculos armónicos, logros profesionales.

Cada scroll reactiva el juicio interno:

“yo no soy eso”, “debería hacer más”, “algo estoy haciendo mal”.

Lo que era una tensión estructural, se vuelve una autoexigencia cruel, cotidiana, interminable.

En vez de tramitarla en palabras, el sujeto la actúa en el rendimiento: más productividad, más visibilidad, más perfección.

La desaparición del cuerpo vivido

Desde un enfoque psicodinámico, el cuerpo no es solo biología:

Es cuerpo erógeno, cuerpo sentido, cuerpo cargado de historia.

Pero las redes operan sobre el cuerpo como superficie visible, como mercancía estética.

Parafraseando a Winnicott, el niño necesita un entorno que devuelva sus gestos de forma creativa para reconocerse en ellos.

Cuando esa devolución es rígida o impersonal, surge un falso self adaptativo.

Las redes devuelven likes, comentarios, vistas. Pero no devuelven al sujeto: devuelven la imagen.

Y cuando la imagen no recibe aprobación, el cuerpo vivido se siente rechazado.

De ahí:

El cuerpo deja de ser un territorio de juego y expresión, para volverse objeto de evaluación.

Y el placer, una obligación de mostrarse.

El yo agotado: melancolía digital

André Green, en su teoría del narcisismo negativo, advierte sobre formas de subjetividad marcadas por el vacío, la imposibilidad de simbolizar, la desconexión con el deseo.

Algo de eso resuena en ciertos consumos digitales:

La navegación sin rumbo, la compulsión a ver sin involucrarse, el hastío constante.

Cada vez más pacientes muestran:

Un yo desvitalizado, atrapado en una lógica de estímulo-respuesta, donde el único alivio parece ser seguir mirando.

La infancia del yo en la era del like

Los adolescentes no solo usan redes: forman su psiquismo en ellas.

En un entorno donde:

Las redes no toleran el titubeo, la espera, la ambigüedad.

Pero el psiquismo necesita todo eso para constituirse.

Deborah Luepnitz, desde una lectura relacional, afirma:

«el yo necesita ser visto por otro real para constituirse

Pero el otro digital no mira: escanea.
No escucha: responde con un emoji.
No sostiene: devuelve estadísticas.

El resultado no es una identidad fortalecida, sino una fragilidad estructural que se traduce en:

¿Qué hacemos los clínicos con esto?

Primero: no moralizar.

No se trata de prohibir redes ni de oponer una supuesta pureza analógica a la contaminación digital.

Las redes son parte del mundo. Están en la escena transferencial, en el relato de los pacientes, y a veces también son fuente de lazo, creatividad, expresión.

Pero también:

La clínica psicodinámica tiene una función política:

Resistir la lógica del rendimiento y del espectáculo.

Ofrecer un lugar donde no haya que mostrarse todo el tiempo, ni tener razón, ni estar bien.

Un espacio donde se pueda hablar sin interrupciones, sin filtros, sin edición.

Algunas coordenadas posibles

En síntesis

Las redes sociales son parte del paisaje contemporáneo.

Pero como todo escenario, organizan ciertas escenas y silencian otras.

Desde una mirada psicodinámica, el desafío no es escapar de ellas, sino pensarlas como síntomas culturales que afectan la constitución del yo, el vínculo con el cuerpo, el modo de desear y de vincularse.

Y desde la clínica, el desafío es ofrecer un lugar fuera del ruido.

Donde el sujeto no tenga que mostrar su mejor versión, sino donde pueda decir algo verdadero.